Tuesday, October 03, 2006

En la noche de los corazones vacíos,Cuando Lemebel se enamoró de mí




Con sus lúdicos movimientos firmaba autógrafos, esa tarde igual que en una mala película yo veía la cartelera parafernálica del diario y como todos los días, ojeaba revisando las presentaciones gratis, vi sus cejas retocadas y su cara enfurecida mirando la mía un poco menos asqueada. Me contacté con Saturnino y nos fuimos a escuchar las crónicas de Lemebel y de otros poetas beatniks
con Pedro ahí, el lugar se saturaba de artistas visuales, actrices cuicas y viejas comunistas, había mucha gente y esos delicados hombrecillos rosados daban las primeras miradas a los marruecos de los varones, el “Sui Generis” estaba quedando chico y el calor del ambiente de nuestra singular burbuja de tertulia parecía que explotaría en cualquier segundo, en el sauna homosexual todos se preguntaban donde cresta se había metido Lemebel. ¿Dónde mierda se metió el Pedro?, ¿por qué no lee luego y terminamos con este cruel exprimidero de ansiedad? –decían las viejas abanicándose con la programación, el boliche había elevado sus precios para la ocasión, así que como únicos miserables desocupados, caminamos hasta la botillería y compramos unas cervezas en tarro, el viejo que atendía estaba borracho y muy colorado, era un lenguasuelta detrás del mesón, nos aconsejó la promoción, algunas latas las llevamos escondidas entre la guata y el pantalón, otras las pasamos en la chaqueta que yo tenía amarrada a la cintura. Lemebel leía sus crónicas bajo un silencio sepulcral, como si algo fuese a quebrarse, unas risas pérfidas interrumpen la lectura y Pedro cambia el lugar de sus piernas con un movimiento coliza. Con sus palabras asesinasdaba vuelta los vasos en los estómagos sedientos de los espectadores, los embobados seguidores no espabilaban, y las viejas reían y se abanicaban con sus libros, el garzón veía que nadie se movía, nadie compraba un maldito trago, ni siquiera volaba una cagona mosca dentro de la burbuja ardiente. Volví a la calle, salí a respirar y a buscar más latas de cervezas, mientras caminaba envuelto en esa felicidad que había conseguido con el simple hecho de estar escuchando a menos de un metro al genio homosexual de Lemebel, era un seudo Oscar Wilde para nosotros, miraba el cielo y ultimaba mi herejía semanal…
-“Llévame barbudo, llévame en este momento feliz” –era el limbo mi sonrisa auténtica, por la vereda un tipo de corbata camina adiestrado, lleva un maletín lleno de mierda fresca y celular, compré otra promoción y volví a mi sitio al lado de la mesa de Lemebel, leía muy apasionado, contaba como se desvestía cuando traía puesto el vestido de púas y su sombrero de sol desquiciado, una vez finalizada la lectura, decenas de lenguas se acercaron a él, con Saturnino bebíamos y sin querer terminamos siendo fosforescentes, Lemebel hueveaba a las viejas que le decían que todos en su casa lo leían y que lo querían mucho.
-¿Usted no sabe todo el cariño que le tenemos? –le decían. A lo que Pedro respondía:
-¡Y que quiere que haga yo, usted cree que yo voy a comer cariño, o que voy a pagar la luz o el agua! –las señoras comprendían todo y lo seguían admirando, tal vez ahora un poco más, me acerqué a su oído y lo invité a beber, Pedro volteó y al instante clavó sus ojos felinos en mis labios cohibidos, fue velozmente a buscar cervezas y nos alejamos al fondo del boliche, a un patio posterior, llegamos a un sitio prohibido para giles, pacos, curas y todos aquellos que pudieran traicionarnos.
Saqué mi cargamento de cogollos y preparé un pito sanguinario, una de esas tuercas que nos sacan risotadas de la nada, que nos encienden el cerebro en el hemisferio frío y que nos llevan a volar como es debido. También estaban otros olvidados poetas beat chilenos, El Perro de Antonio Becerro y Saturnino se enfrascaron en un quilombo de amor por Gary Snyder. Sergio Parra también decía amarlo ciegamente, ellos se abrazaban y con Pedro estábamos dictando un romance insostenible, entre los supuestos bagajes oscurecían sus intenciones y yo tal vez, pecando de ingenuo, pedía su mano, no como esposa, sino como “escritor-madrina” que tendiera su diestra para sacar del charco entrampado a un “escritor-cido” anónimo, inexistente para muchos, y también para él, las cosas debieran ocurrir como en los sueños, pero sin dormir, sin siquiera pestañar. Fui sincero cuando le conté que no había leído todos sus libros, un muchacho bisexual nos interrumpe con su discurso carnal de sexo solapado, las mujeres del bar ya no me miraban como en un principio, también había pasado el umbral amariconado con mis gestos y mi forma de fumar, y porque ocultarlo, mi consecuencia se había esfumado, mi cuerpo entero parecía perder fuerza y ganar sensibilidad y erotismo. Pedro nos invita a seguir bebiendo en su casa, antes de llegar compramos cervezas en un restoran de borrachines desvelados, y también cigarrillos, nos adentramos a un cité de Dardigñac, a la entrada tiene una fábrica de chalecos que va hilvanando los tejidos que luego etiquetará con el salvoconducto de La Ligua, la casa de Lemebel es muy parecida a su forma de ser, un monumento anacoreta, un loco santuario de amuletos y una fiesta de influencias de desobediencia, luego de conversar un poco de arte y otros martillazos, nos dijimos que seríamos amigos, con lo que Pedro discrepó tajantemente:
-¡¡Yo no tengo amigos, tengo amores!! –en ese instante pensé que el inicio y el fin de la noche de juerga estaban ahí, después de unos sorbos se detractó insinuante:
-Bueno, no quise decir eso, es solo que tu me gustas, debes entender que soy homosexual y tengo miedo torero –él pestañeaba y las mechas de las velas del rincón se extinguían como mis ganas. Pedro hablaba con Saturnino y Nestor, que es una inseparable amiga de Lemebel me preguntaba por el tamaño de mi verga, quería saber además del color y las dimensiones, como me gustaba hacer el amor, le respondí que era más o menos parecido a mi, grande y negro, pero le aclaré que también podía ser una guevá lánguida y anémica como el flojonazo de Garfield. Esta generación acudió al trote al llamado de lo espontáneo, cuando Saturnino comprendió que la invitación también tenía un carácter sexual se dio por aludido y de un salto se puso en pie, se bajó los pantalones y comenzó a gritar como un loco atemorizado:
-¡¡Yo tengo un hongo en el pico!!, ¡veánlo por favor!, en realidad no sé si es un hongo, miren huevones parece un furúnculo leproso, un condiloma bestial, mira Pedro, velo.
Lemebel le miró la tula de reojo a Saturnino, Nestor también, y concluyeron en el segundo que la diuca era deficiente, piñufla, ínfima, Pedro comenzaba a perder la paciencia y le encarga:
-¡Guárdate esa cagá!, ¡¡lávate los cocos cochino culeado!!
-He visto mil picos mejores –recalca Nestor.
-Como odio llegar a ser amado –digo y me levanto hasta la vieja radio que descansa mandando el ritmo mañoso de los abuelos de Buena Vista Social Club, Pedro me advierte que su radio es fea y que si me desconoce tal vez me muerda, que la cambie con cuidado porque si se cae la antena se funa todo, Lemebel no está preocupado de los lujos, es más, creo que si pudiera vivir más humildemente, lo haría. De un momento a otro, estamos todos en el altillo de la casa, que es un mirador con vista al Cerro San Cristóbal y su virgen congelada y luminosa. Saturnino abraza por la espalda a Nestor, y ella se sentía a gusto con la verga punteando sus ideas y de paso
erizándole los vellos y los feos de los brazos, Pedro me mostraba la luna y las antenas de televisión, para nosotros la luna era la sonrisa de un gato y las antenas, gigantes cuetes infumables, la maldita noche de los corazones vacíos, en donde sin más remedio, los sentimientos son de water y las intenciones van en carne molida directo a la hamburguesa a devorar, una mezcla de pus y sangre menstruada por una vieja con ataques neuróticos. Estaba asistiendo a terapias grupales para adictos todos los días y Lemebel sugería sanarme a puros mamones.
-Yo te pesco y te saco todos los químicos y el copete en seciones de media hora dos veces por semana, llegaría un cocainómano a nuestra clínica y lo atendería yo, luego un marihuanero y yo también, un pastero y yo otra vez, a los alcohólicos también los atendería yo, tendría una semana especial con trabajos intensivos –me advierte.
-¿Y Nestor? –le pregunto. ¿Qué trabajo haría entonces?
-Les tomaría los datos, cosa de formalizar un poco la mula, les tomaría la presión, puta Elver, le haríamos un sinfín de guevas con tal de lamerlos todos los días.
Pedro se jactaba de su condición de lamedor erudito, si alguien osaba decir chupapico, o simplemente –chúpalo- en su casa, Pedro reprochaba con la trompa estirada igual que una alfombra de baba: -“El pico no se chupa, se lame” –abra paréntesis, (Lamebel) cierre paréntesis–
-¡A mi no me lo vas a chupar nunca! –le digo y Pedro se retuerce como si lo estuvieran picaneando con una lanza eléctrica mueve bueyes.
-Me resbalan sujetos a mi siga, siempre sobran locas que vienen, hacen su trabajo y se esfuman –decía con un dejo de molestia en su rostro y su voz.
Nuestra conversación en el altillo se convertía en una llamarada de verbos punzantes que solo buscaban decirnos lo contusos y delicados que éramos.
-Yo no me voy a humillar por amor –seguía Pedro como si diciéndolo fuese a borrar todo su corazón en una explosión bencinesca, similar al caso del chevrolet 78 que botaba bencina al avanzar y dejaba un camino inflamable, y que un conocido pirómano, logró percatarse y con un suspiro demente y letal, prendió fuego en sus manos y rezó: -¡Amén! –todo estalló.
La profundidad de Pedro estaba en otro sitio, con su cerebro privilegiado embutido en su culo flacuchento, Saturnino no soltaba el vaso y embetunaba las orejas de Nestor con su clásica teoría: -Yo soy, yo soy, yo soy –que nosotros estemos contigo Pedro tiene que ser un regocijo para ti –le decía. No verás a mejores poetas que nosotros, al menos en Chile, mira Pedro, yo soy, yo soy, yo soy –nunca terminaba de decirlo.
Por mi cabeza pasaban los virtuosos y tortuosos vomitos de bitácoras que Saturnino nunca leía, y que rara vez revisaba el Gatimanjar Locotitán o una que otra novia aletargada. Con el tiempo les caía vino, cenizas, semen, polvo, sangre, arena, bostezos y nadie se inmutaba, de algún modo, esas ideas se lo tenían merecido. Lemebel nos encaminó hasta la puerta del cité y parados en las baldosas rasgadas brindamos por última vez, nos abrazamos como si nos conociéramos de la niñez y hoy nos hubiésemos encontrado después de toda una vida buscándonos y hemos hablado del tío ese y la vieja culeada que vendía las matitas de macoña para comprar azúcar y cigarros. Le besé la mejilla con suavidad, Pedro corrió como un esquizofrénico en caos emocional, al rato de caminar por Loreto detuvimos un taxi y volvimos a Eureka Plaza en un vehículo de cahuines, emocionados y mariconeando de lo lindo.
-¡Está flaco el Pedro, parece que estuviera enfermo! –dejaba salir Saturnino desde su boca. Capaz que haya pisado el chicle.
-El loco es así, es delgado –decía yo mientras pasábamos por el lado de una micro incendiándose sola, hasta el chofer se había ido, el humo salía bailando igual que una puta de faraón, salía moviéndose como la culebra borracha de un canasto en el persa de Tánger.
Los días, las tardes, las noches, los telefonazos a las cuatro de la madrugada, en el trabajo un obrero uniformado de azul me comenta que alguien me llamó por teléfono.
-Parece que era tu viejo, tenía una voz gruesa, pero de hueco a la vez. Supe de inmediato que era Lemebel, después nos telefoneamos todos los días, una noche llamó muy tarde y borracho, mi madre no tolera esas patudeces y lo mando cagando a freír monos al África, gritándole: -¡Señor, por favor no huevee más! –y descolgó el teléfono.
Una tarde me aparecí por su casa, con las licencias que me daba en la clínica de rehabilitación, llamé al terapeuta y le dije que no podía ir esa tarde, salimos a comprar pan, marihuana y cervezas, también unos tomates y queso de cabra, Nestor que es la chaperona de Lemebel, preparaba té y pelaba los tomates, los picaba en cubitos parecido a pequeños dados rojos y supermercancía de boldo. Pedro se cambiaba ropa mirándose en el viejo espejo del ropero de la antigua dueña, en eso recuerda las cebollas putrefactas y los ajos parapijas, le grita a Nestor que se fije, él obedece como una buena gay-criada.
-¡Oye niña, no se te vaya a ocurrir echarle esas cebollas podridas al causeo!-
-Ya las había notado Pedro, solo le pondré ajo.
-Ese ajo está ahí hace más de un mes, tómale el olor.
-Tiene olor a ajo Pedro.
-Ok niña, bueno no sé, ve tú.
Pedro mueve la cabeza y pone a Manu Chao en un cassette regrabado, me cuenta que estuvieron juntos cuando Manu vino
a Chile, carretearon en la casa de un amigo y le digo que me encantaría conocerlo. Salimos a comprar una cebolla y Lemebel se reía recordando las palabras de su pasado editor, “me decía que prácticamente yo vivía en la miseria”, cuando me invitan a cócteles esos cuicos que se juran artistas, me traigo hasta los
vasos, había carretes que tomaba un poco de whisky de un vaso y luego de otro, y los canapés, para que te cuento, de un mordisco me engullía cientos por montones. Volvimos a la casa,
Néstor continuaba preparando el arsenal contra el hígado, era lisa y llanamente “terrorismo culinario”, cebolla, ajo, ají, tomate y queso cabra, todo en pequeños cubitos explosivos.
-¡Está listo –dice Néstor y deja el armagedon en la mesa, veíamos con muecas y arcadas todo el atentado sodomita de colores y olores, el aliño eran cachetadas ácidas de aceite y
sal, tomé una cerveza y mientras inclinaba la cerveza y ladeaba el vaso digo: -¡Se me quitó el hambre!
Pedro tampoco comió, Néstor menos, seguimos bebiendo y para sacar chispas se nos ocurre comprar un whisky, salimos otra vez a la noche, queríamos un Johnny Walker, y en la calle habían algunas putas risueñas y otras chicas caminaban velozmente para llegar antes de la doce a la discotec y así, poder entrar sin pagar, la idea era tomar gratis, y pegarse un atraque y cachitas gratis, todo a cambio de sus culos y tetas y, por supuesto, las menos palabras posibles. En la botillería unos skaters saludan a Lemebel y él los mira locamente mordiéndose el labio inferior, se le hace agua el poto y pagamos el whisky.
-La gente me quiere cachai, los vendedores de libros del Bellabestía no me venden pirateado, cuando voy a comprar pitos al puente todos me saludan, es así de mágico.
Fumamos y reímos bebiendo como vagabundos del dharma, como altazores, como pendex, como ratas, como todos quisieran hacerlo, somos hombres y mujeres, y Pedro mi bella genio. Un vaso tras otro el whisky se evaporó, Lemebel se cruza de brazos sobre la mesa, los muebles son tan humildes como la casa entera, la mesa se salió de su eje que solo era un caballete por debajo y sin ningún soporte, quedó la gran casa de putas, la lámpara volaba por el aire, el copete a la mierda, los libros mojados, las fotos y Lemebel rodaban, todo al suelo y yo cómodamente sentado viendo como el mundo se derrumbaba, levanté algunas cosas y casi por error fui muy delicado con Pedro, me culpo de honesto, no debí insinuar siquiera ese compromiso con su mariposón ser, en cierto modo, lo estaba respetando sobremanera o me estaba asustando la idea de su borrachera descontrolada, la cuestión es clara, la culpa no es del chancho que come afrecho, la culpa es del gilipollas que se lo da. Pedro comienza con sus vuelos homosexuales intentando de cualquier forma agarrar mi paquete, le quito las manos y él insiste acrobático, le hago una finta para soslayar sus manos y lo golpeo con una mirada orate, lo enfrento y le grito:
-¡¡YO NO SOY MARICÓN!!-
-¡A mi no me gustan los homosexuales, me gustan los hombres! –dice casi cegado de ebrio.
-Pero parece que no entiendes que no quiero que me toques, tu ligereza me apesta, no me gustan esos juegos que intentas.
-Tu machismo te lo impide –dice Pedro.
-Puede ser, pero siento que no es mi naturaleza nada más.
-Entonces ándate.
-Me voy, ¿qué te crees? –le digo bebiendo el concho.
Lemebel camina hasta su pieza y vuelve con las manos atrás, me asusto un poco y pienso en muchas cosas, jeringas, cuchillos, pestes, puntazos, teatro de extremo, siento que mi muerte está en sus manos, yo tenía puesta una polera del subcomandante Marcos que Lemebel me había obsequiado, ella una túnica blanca y unas sandalias hindúes, sus ojos de cordero degollado y Néstor con la boca abierta en una mueca incidental dibujada en su rostro, Pedro decide no matarme y vuelve a su pieza con las manos atrás, agarro un vaso azul con un concho de whisky y salgo de la casa, mi polera de Marcos y yo podríamos haber sido martirizados en ese instante, yo por honesto y el subcomandante por ir pintado en mi pecho. Caminando no hace frío, así que caminé por los puentes sobre el Mapocho y tiré el whisky al río que pasaba solamente por un costado, por gracia de los trabajos de la carretera subterránea, los maestros que trabajaban esa noche reprocharon mi actitud.
-¿Soy huevón o te culeo un león?, no ves que estamos cagados de sed, ¡¡pa’ que votaí el copete saco guea’!!
-Compren ustedes pos’ huevones, ¿qué quieren?, la gueá estaba vacía en todo caso -y les hago un etílico y gigantesco fuck you con el dedo del medio y una supuesta cara de malo.
-¡¡Canalla conchetumare’!!–agregó con un grito otro obrero de casco rojo.
Al otro día el whisky se reencarnó en una escandalosa jaqueca, no tenía muy clara la noche, en mi cabeza se repetía su última frase de trance –“Yo mataría por ti. Yo mataría por ti” –esas palabras retumbaban en las paredes de mi cráneo igual que una deuda con orden de embargo. –Yo mataría por ti. Mataría por ti, por ti–
Toda la actuación de Lemebel me descolocó, le hablé de crear una novela entrevista, en donde pudiésemos mezclarnos en diálogos sin el afán de demoler, muy por el contrario, dejando emanar nuestras ideologías, las del militante y el escritor pendiente del escroto, partiendo de bases en constante confrontación, Lemebel con esto quería conseguir, sin más trajín, nuestra mano izquierda en alto con el puño apretado, la libertad, por sobre todo, la libertad. Nos juntábamos cualquier día o cualquier noche, a la luz de las velas o de una barricada, siempre afloraban suspicaces problemas banales.
-No me hables tan golpeado, recuerda que soy Pedro Lemebel, a nadie le doy así la tarde, solo a ti Cruzila, tu eres especial para mi.
-Creo que tu también deberías sentir orgullo de estar
conmigo.
-Lo estoy –dice la Reina Madre y le comenta a Néstor el nuevo panorama: -Negra, anda a comprar unas chelitas –Pedro hurga en su chauchera y le pasa un billete. En la radio suena Rolling Stones y yo tarareo el coro de Symphathy for the devil, -¡¡Cambia a esos viejos culeados, todos esos huevones se cambian la sangre cada mes!!, ¿quién no viviría bien así? –
Pedro enciende un cigarrillo y me habla de sus pinturas y vestidos de otros tiempos, también se recuerda de lo extranjero que muchas veces se siente en Chile, caminando por Loreto o Santos Dumont. No tengo muy claro si los homosexuales son hombres que anhelan sentir como mujeres, o son musas en cuerpos de hombres, lo medianamente innegable es que son homosexuales, en el caso de Pedro, nadie podría decirle jamás que es un hueco de mierda, aunque también no es menos cierto que le gusta que le llenen el hueco. Pedro no se ensucia con el dinero, según la Reina Madre los comerciantes son otros, el solo escribe. Esa forma angelical que tiene de tratarme, me irrita. Intento tolerar sus labios relinchando, sus pestañas abanicadas solo para mi, su intencional sutileza para pronunciar las palabras en donde tenga que mostrarme su hambrienta boca, pestañea dos veces de forma normal y cuatro anormal, de algún modo, que yo dejase de ser un adicto era tan imposible como que Pedro dejara de ser un intrépido volador sexual, pero había días en que yo quería y necesitaba estar sano y ella, a su vez, no podía dejar de ser hombre. Muchas veces los mundos más bellos han sido creados por personas drogadas, no creo personalmente, que sus vidas estén de lo mejor, algunos sujetos se llaman de forma escueta, el Personaje, y este sujeto expuesto tiene algunos miedos, “en este juego de ajedrez estoy jaque mate”.
El Personaje tenía tres intentos de suicidio. Ahorcado con seda dental, sobredosis de cri cri y bebiendo en exceso, esta última, solo consiguió quedar muerto de borracho sobre el vomito.
-Fijé la mirada justo sobre él. Justo bajo tierra –yo podía ver con claridad como se manifestada ese perro en leva en Lemebel, si le preguntaba que helado quería tomar, ¿piña, chirimoya,
crema o manzana?. Es seguro que escogería loly doble. Eso tenía su personalidad, yo lo encontraba excesivamente lascivo, en inquebrantable celo. Un profesional y pulcro carnívoro, quizás con la lengua de un perro se le pasaría todo y volvería a caminar con robustez y aquellas perforaciones solo serían bellos recuerdos anales, que obviamente llegarían desde los anales del tiempo.
El inicio de la tortura, con todas esas princesas ensangrentadas fugándose de los castillos de mi cerebro, la amistad enguantada de Pedro me extorsionaba, ese era el feroz principio del naufragio.
-Yo mataría por ti, yo mataría por ti, total sería una medalla más para mi –me decía desafiando a la locuacidad.
-Estás completamente loco –le enrostro.
-Eso no es nada nuevo –reclama él. No puedes decirme esas guevadas tan tontas, si eres escritor no puedes decirlo.
-¿Por qué no?, nunca has conocido a un escritor mentecato.
-No. Pero mucho gusto.
-El susto es mío.
Una noche mientras conversaba con el Gatimanjar Locotitán le comentaba lo delicado de mi “seudo-romance-cobarde” con Lemebel, si decía lo mucho que lo apreciaba, él se volvía una geisha flotando alrededor mío, una sirena varada moviendo la cola en mi puerto, su corazón apretujado daba instrucciones a sus manos de tarántula, el Viejo Titán decía que últimamente había roto cuatro relaciones sentimentales con mujeres, que en realidad, eran esculturales pero nefastas, el Cabezón también reconocía su condición de anhedónico y solitario, opinaba que Lemebel era un genio al que se le caía el quaker y le daban ganas de conocerlo más a fondo.
-Yo se lo pondría caradura, no tengo pudor con eso, total lo
doy vuelta igual que a una mina y hasta atrás nicolás, ya comprendí que mi vida no es estar con una mujer y el Pedro es super culto, que más da, preséntamelo –me pide el Cabezón.
-El Pedro no quiere conocer a nadie –le digo guardando las distancias. Atribuyo esta finta a un cariño esencialmente enfermizo.
-Mira Elver, cuando entras por el culo de cualquier humano, sea hombre o mujer y no quieres pasar una mala experiencia, tienes que pegarle un apretón por las costillas y en el momento justo en que el maricón apriete, lo sacas, o sino te puedes encontrar con pepas de sandía y granos de choclo, una guevá terrible asquerosa, ¿entiendes?
-Nunca he pensado en tener sexo con él. Claro que estoy seguro que él lo piensa muy seguido.
-Entonces déjame a mi –suplica el Cabezón medio en broma
medio en serio.
-No sé, le voy a preguntar y te respondo.
Nunca le pregunté nada y cuando el Viejo Titanio volvió a insistir con el tema le conteste que la Reina Madre Lemebeliana había dicho que no.
-¿Qué extraño? –se cuestionó el Cabezón Titán. Pensé que odiaba los NO.
-Ahora puedes ver que no, no te quiere conocer.
“TODO, MUCHO, DEMASIADO, BASTANTE”, esa es la noche de los corazones vacíos.

1 comment:

Elver Cruzila said...

Así comienza un libro que escribí con todas las juergas, cumpleaños, lanzamientos de libros, más juergas y muchas y disparatadas conversaciones,algo parecido a una novela-entrevista, mañanas, tardes enteras hueviando, fumando, realmente una persona encantadora, creo que no solo hay segunda parte, sino mucho más.