Monday, November 20, 2006

Escrotos sobre escritos perdidos. -Crónicas Lemebelianas (Extracto)



Muchas veces adquiere tal intensidad que bordea la candidez sexi de una colegiala cachonda, usa su perfume Escape de Calvin Klein, una niña perfumada de sombrero, y en ocasiones, paños de colores, cualquier cosa para ocultar su calvicie, sus labios levantados igual que una modelo argentina esparramando fashion, dejando escapar furiosamente su calentura lamedora. Su tierna mirada a los débiles, su asco por los cerdos gubernamentales, las cosas de algún modo se movían en el interior de Elver, el muchacho escribiría una novela presentando lo impresentable, miles de escrotos perdidos entre los escritos ensangrentados, Elver tal vez, escriba de una forma mucho más prolífica que Lemebel, al menos, debo decirlo, quizás sean escritos vomitados, escupidos...los ojos de la Reina Madre están cerrados fantasmalmente, al rato se abren y Lemebel, a propósito de miradas matadoras, se volvía una loba en leva con ojos de odio, no crean, por ningún motivo, que Elver Cruzila Soto es fascista, o tal vez lo sea, debía avanzar el argumento encarcelado, Pedro discute con alguien en un hotel y la prensa escribe al respecto, es normal que se hablan cosas de ella, que se diga que palabreo a fulano de tal en equis lugar, a Elver le gritó oportunista y al tiempo rata de alcantarilla, solo por intentar lanzar al mercado un librito miserable, cuando editar libros es lo más bello y sagrado de la humanidad, al menos eso espero, si se pueden digerir. Cuando la conversación se ponía entretenida Elver daba la lata con nombres de otros escritores y el genio homosexual murmuraba:
-Tantos huevones que conoces, niño no digas más huevones. Los huevones eran Oscar Wilde, Williams Faulkner, Arthur Rimbaud, Ginsberg, Corso, A. Thoreau, Bukowski, Burroughs, Li Po, Ezra Pound, Jorge Tellier, Pablo de Rocka, fetiches varios.
-¿Vas a seguir con la lata? –preguntaba mirando el nuevo color del cielo de la casa.
-Pero solamente quiero saber, ¿qué opinas de ciertos giles?
-No quiero hablar de nadie, el único que me gusta es Huidobro.
-Pero has leído a John Milton, a Borges, al borracho de Kerouac, a Gorki, a Gogol, a Jodorowsky, a Mario Benedetti.
-Si he leído algunos.
-A Fuguet por ejemplo.
-Detente Elver, voy a vomitar.
-Nietzsche es increíble, el mismo Mark Twain, Marcela Paz, Salman Rushdie, Huxley, Parra, Céline.
-¡¡Termina por favor!! –en gritos.
-Pero no puede quedar fuera Baudelaire ni Manuel Rojas.
-Detente Elver, la verdad, te voy a decir la verdad, NO ME INTERESA NINGUNO DE TODOS LOS HUEVONES ABURRIDOS Y ABRUMADOS QUE NOMBRASTE, esa es mi opinión.
Ella se aburre con todo, él no tanto, el sol la luna el invierno el verano, todo es insoslayablemente lo mismo, la risa gratuita no está por ningún sitio de su cara, ella tiene un genio homosexual dentro, un ser anhedónico que estaba perdiendo gradualmente el principio de la simplezas placenteras de la vida, excepto con el que te jedi, embutido al máximo sin mirar a ningún lado, quizás en una de esas solo se vea hacia adentro, bien adentro, encontrándose con la profundidad del calipso extraviado, el aroma incandescente del mar espeso de semen fresco, eso no lo aburriría jamás, y a Elver que mierda puede importarle eso. Lemebel presume todas las palabras, el volumen de estas, por vez primera presiento que la novela tendrá una
baja calificación de criticas, pero excelente acogida en el submundo de la calle, de la cuneta, eso pretendo realmente, la afonía de los comerciantes furiosos y alertas, los escurridizos cometas del centro, familias enteras huyendo de los pacos con un saco de artículos piratas a cuestas.
Es otro tema si mis testículos están íntegros, peludos y de doble compacto. Lemebel adorna su lavamanos con conchitas de mar, igual que Antonia Jass, le intenta dar un aire místico con la brisa fresca del verano, la paz agredida de la resurrección del fondo del mar. Le digo a Pedro que tengo que comprarle comida a Ian y el se golpea los cachetes del culo y dice:
-Este también quiere comer algo –miro hacia otro lado.
-¿A qué hora revivió la hiena? -le pregunto.
-¿Cuánto vale la adhesión a tu slip? –arremete ella.
-No vale nada, estoy des-sexuado, o sea no estoy ni ahí con nadie, no me dan ganas de pisar. Estoy preocupándome porque en mi vida hace seis meses atrás los carretes múltiples eran muy putamadres, casi promiscuos y ahora que deberían ser más intensos, resulta que me atrapó una calma crónica.
-No te creo, es porque soy yo solamente.
-No Pedro, en serio, ni con las minas me caliento. Tienen que estar muy pegadas conmigo para animarme y hablar con ellas.
-Te apuesto que con unos copetes cambia toda la operación, esa huevada es normal en cabros chicos como tu.
-Como a todos, el copete lo pone ciego a uno -retumbaba Carlos Cabezas en mi cabeza.
-El alcohol me hace feliz. A mi eso me preocupa. Es lo único que me pone bien, quizás tenga que ir al psiquiatra, o donde algún terapeuta.
-No vayas por ningún motivo donde R.C. Candit, es el peor
psiquiatra chileno en tratar adicciones. Te estruja tanto la billetera que no podrías drogarte y frecuentar sus sesiones a la vez.
-Yo no voy donde nadie niño. Yo siempre me las arreglo. Vivo
solo hace tiempo, me sano hace rato con mis manos.
En un comienzo estas palabras apretujadas tenían por título “La Mano”, después pensándolo bien, que importancia tenían los títulos, solo sirven para encabezar ideas que muchas veces no tienen cabeza, quería escribir muchos capítulos y recibir dinero a cambio de sentarme por las tardes a escribir de lo que me diera la puta gana. Hablaba con Lemebel y nos reíamos de sus alborotadas y lascivas incoherencias, por supuesto que Pedro montaba todo ese arsenal promiscuo para hacerme reír y se lo agradecía, a decir verdad no lo estoy pasando nada bien y quien podría jactarse de felicidad perpetua, no ando persiguiendo la risa babosa y cada vez menos me preocupa morir en el vacío. Por las tardes veo avanzar a juglares llenos de colores entonando percusiones chaladas y pienso en la vida de las rocas y me gusta saber cada vez más cosas sin importancia, por ejemplo, una señora que cada invierno compra parafina por tambores, al venderlos en su casa se ganara cuarenta pesos por litro. A mi me gusta saber que los taxistas ganan más en días de lluvia y que las mujeres con un trago encima se ponen tiernas y quieren la violencia de un fantasma que les respire en el cuello y le erice los vellitos de la espalda, ahora si ese lobo consigue humedecerle entre sus sueños, mucho mejor, también me gusta saber que alguna chica de un café con piernas esta contrariada por que dejó la lavadora en el patio y comienzan a caer las primeras gotas de una lluvia mata lavadoras.
Llamo a Pedro por teléfono y su maldita contestadora impersonal deja salir la voz cebolla de un bolero y encima la suya sugiriendo que deje un mensaje que se autodestruirá con su indiferencia, me gusta saber que el viento es triste en la cara de un abuelo, que la sangre perfuma las fiestas infames de los esclavos, que nuestros enemigos sonríen y quieren abrazarnos, que la noche es el ansia y el fuego, que morir no es acostarse en una tumba fría, sino que extasiarse en las coordenadas del infierno, de que nos sirven los aplausos si vamos perdiendo, parece que cuando decidí entrar al instituto de rehabilitación no me di cuenta que algo de mi se moriría, la droga para bien o para mal me da lo que no consigo ni con la más intensa noche intelectual, sexual, enamorada, hedonista y musical. Las drogas son para mí una familia, una bonita palabra de un diccionario volátil. Con Lemebel no compartimos muchas drogas, para él la cocaína es yankee y fascista, viéndolo de la forma en que debemos conseguirla, puede ser, porque el monopolio cruel que entrampa el circuito es así, pero el génesis de la droga en cuestión es obrero y latinoamericano.
Al Pedro lo invitaban a la televisión al menos una vez al mes y casi siempre se negaba, -el pelado facho del Tomás Cox me quería entrevistar y lo mandé a la mierda-, o cuando el Felipe y la Myriam querían que estuviera en su programa del mundial y Lemebel me comentó, -ME REPUGNAN ESOS HUEVONES-, asistí con una risotada frenética cuando me decía que había dejado ir quinientos mil por noche, era solo estar ahí y ser fosforescente y decir un par de huevadas pesadas y ellos estarían pagados con su majestad el “REITIN”. Al Pedro lo tenían aburrido esas manos biónicas de escritores mexicanos que bebían ron en hoteles caros y después de tanto mandarse cagadas terminaba saliendo en el diario envuelto en caguines etílicos con Sergio Parra. Pedro cuidaba a un mendigo en su casa, era algo así como la princesa y el mendigo o los dos mendigos o la princesa que mendigaba, no importa, el Pedro es solidario con esos tipos que no tienen donde caerse muertos.
-Que bueno encontrarte, eres tan difícil como pellizcar un vidrio, ¿cómo has estado? –le pregunto.
-Enamorado- dice él.
-Es una bonita palabra.
-Mentira, que voy a estar enamorado yo. Ya no creí en nadie.
-Pero igual te conviene hacer como si te enamoraras de ves en cuando.
-Claro estudié algo de teatro cuando pendejo.
-Y en esas actuaciones ciertamente tienes que ser otro, ¿te fíjas en otros gays o en hombres y nada más que en hombres?
-Yo nunca me he acostado con una “loca”, quizás pueda amar a uno diferente, no puedo amar a un espejo. Ahora estoy dejando que un cabro de la calle duerma en mi casa, es como mi novio, El José, es peor que un puma.
-El José, el que te lo puso y se fue.
-Sería fome que fuera así, el vende chocolates en las micros y es super decente y tranquilo, es del sur y yo lo atiendo, le preparo té caliente y le pregunto todo:-¿veamos tele?, si él dice sí, vemos tele los dos, ¿te quieres bañar?, -Sí- Eso significa que los dos nos vamos a bañar. El José quería conocer el zoológico y lo lleve a conocer al puma, no me vas a creer Elver, el puma al otro día murió, esos pacos culeados lo mataron de un paro respiratorio, la verdad es que la ignorancia policial lo mato.
-¿Que le puedes pedir a un policía?
-Yo al José no lo obligo a tener sexo conmigo, cuando el quiere nomás. Alguien dijo que yo utilizaba a los cabros y no es así, porque ellos me utilizan a mi. El José nunca ha leído mis cosas, él es silencioso, siempre los hombres tristes son silenciosos, tengo que mostrarte una cosa Elver, quiero verte
-¿Qué quieres mostrarme?

.-¡¡UN CULO PRECIOSO QUE TENGO!! –insinúa en voz alta.
-Estás muy flaco –le digo.
-Y no te preocupa eso de los otros maricones que conoces, esos flacuchentos que parecen enfermos, no te fijas en sus culos acaso cuando andas de safari con ellos por la noche.
-Tengo que conocer un poco el mundo homosexual para documentarme, pero es un trabajo profesional, o quieres que todo seas sólo tú.
-NO TE VAS A DAR NI CUENTA CUANDO ESOS MARICONES TE ESTEN CHUPANDO EL PICO y ahí no me hables nunca más.
-No va a ocurrir eso, porque no es lo que ando buscando. Un día tome muchas drogas y me dijeron drogadicto, ahora que estoy regularmente con gays ojalá que no me salgan con el collar de maricón.
-Siempre es así, matas a un perro y te dicen MATAPERROS. Elver tengo ganas de estar contigo, hagamos un viaje en tren y después tú escribes todo, alguien tiene que hacerlo, puede que tengas razón, juntémonos en mi casa y vemos FALO de Passolini.
-A Passolini lo mataron y le pusieron sus mismos testículos en la boca.
-Sí. Eso no fue un asesinato, fue una masacre muy estudiada, siempre la humanidad asesina a las personas distintas con la indiferencia, a balazos o con la burla eterna. Es lo mismo comer limón que hablar contigo Elver.
-Te escuché en la radio el miércoles pasado.
-Sí. Te mandé saludos.
-Mentira. Estabas puro hueveando con esos remedios de la señora Juanita.
-Sí, me cagué de la risa con la vieja. Es un programa que va desde el escritor hasta la Yolanda Sultana, pasando por la vieja de las hierbas silvestres. En un cigarrillo voy a escribir tú nombre y me lo voy a fumar, voy a hacer un conjuro con tu espíritu. Sin una gota más de lágrimas.


Ian Vicente corre por el pasillo del departamento llorando, Cruzila le grita enfurecido:
-Cállate mañoso de mierda.
-¡¡Cállate mañoso de mierda!!
-No le digas mañoso al niño –reprocha Lemebel. No me gusta esa palabra culeada. Si llora es porque tiene algo, algo le debe pasar.
-Maña –repito.
-¡No niño!, lloran porque así dicen sus huevadas.
-Sus mañitas pos Pedro.
-Vas a seguir, esa palabra la borraría para siempre, me da tanto asco.
-¿Y no te da asco cuando el pico te toca la campanilla?
-No, ahí me dan arcadas, que es distinto.
Me rió a carcajadas.
-Te ríes conmigo Elver, me gusta alegrarte, me gusta que te rías porque tienes ojitos de pena, como un guachito chico cagado de hambre.
-¿…,..?-( freno mi risotada en seco, abro mis ojos intentando cambiar mi mirada desvalida, ella no puede verla, pero le doy un cambio de puro per-seguido)
-Quiero que sepas que eres mi basura estelar, la basura quiere ser basura mejor.
-¿Existe lo mejor?, ¿existe la basura mejor?
Las ganas de escribir me abandonan, podía estar embarazado de ideas y abortaba. Lemebel estaba escribiendo poco, yo intuyo que es producto de su fama. Kerouac anotó algo parecido en un libro al respecto, “la fama es una emboscada a la creatividad”. De igual forma mi idea seguía en pie, escribir y escribir sin importar los resultados, escribir suelto de cuerpo como el verdadero Elver Cruzila, el niño que agradece La Mano Intensa, si pudiera una vez, tan solo una vez siquiera, argumentar lo que significan las manos de la vanidad humana, podría simplificar todo con la palabrota “ARTE”, pero sería perder la batalla antes de dar la pelea, es un contrasentido intentar simplificar las manos, o el arte, es igual que pelar una
gallina arriba de un cerro y con vientos desvencijados atacando la maniobra. Un músico un pintor un fotógrafo un escritor un onanista un liseado al que le faltan las manos, pero que consigue masturbarse igualmente con los muñones, una mano lava la otra y las dos la cara, pongo mi mano sobre su boca para no me vea bostezar.
-¿Por qué poner un garabato donde antes no hubo nada?, ¿porque callarlo?, ¿porque el vacío me obliga a preguntar?
-¿Conchetumadre?
-¿Hay alguien ahí?


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