LABIOS SIN PINTAR

Mujer de pelos en pecho invisibles,
estrechas mi mano tímida con alevosía sureña.
Tus agallas van furiosas alcanzando mi paz.
No consiguen amedrentarme, en cierto modo,
nada lo consigue.
Escucho las canciones que no mueren, y que
se jactan de inmortalidad libertina, para mi han
muerto todas las melodías, incluso, se han
desvanecido en el intento esas canciones de amor
lésbico, que hablan de rameras solitarias
y que anhelan, sin más remedio, a veces en vano,
encontrar, revolcar, toparse con las palabras,
las citas de culto, esas insípidas metáforas
mecánicas de la vagina.
Me encanta cuando se besan las mujeres,
me encantan mucho más, si lo hacen con lengua,
y si se las puedo ver, y también con relevancia,
léase con relevancia, al beso que eriza
los pelos de fogosidad, de pasión, al beso volcánico,
al beso guarro, al beso carnal que encuentra la piel,
y que bajo el fulgor de la dermis se haya
con la persona, esa persona igual,
igualmente triste, semejantemente incomprendida,
esa mujer que no obstruye al dedo lascivo,
que no juzga tus impulsos copeteados,
esos mismos reflejos entrópicos que te aman locamente nena.
Hoy, chicas, las velas las ocuparemos para el romanticismo
neurótico del brindis, tal vez, en otra oportunidad
sean para excitarnos, aunque dicho sea, es apasionante conversar
con una vela en medio de la mesa, en medio de la noche.
Creo firmemente, esta vez, y no todas las veces,
que las mujeres deben multiplicarse,
y amarse entre ellas, los hombres somos amantes
torpes, pérfidos, distantes, ustedes intentan derrocar
nuestro ego masculino, y lo consiguen con su indiferencia,
ustedes con sus movimientos felinos, y con sus
energías de sobra, de seguro, pueden hacer algo mejor,
por el amor.