TODOS LOS DÍAS LOS PASO VOLANDO

-¡Miren mi credencial, pertenezco a la prensa internacional, soy un corresponsal virtual de la revista francesa Le Point, véanla todos, Elver es de verdad mi credencial!, ¿Elver, tu la viste?- gritaba Thomas Miller y trataba de cerrar un canuto tambaleándose de lado a lado y apoyando sus manos en los bordes de una repisa antigua y con vista al corredor del edificio.
-Debo confesarte que me pareces un perfecto imbécil, eres un posero de mierda, puedes meterte la credencial en el culo, como sabes si te resulta un buen reportaje del cuerpo humano. O al menos del arte del horto.
-¿Por qué hablas así hermano, pensé que mis logros eran tuyos y viceversa?
-Espera un poco, yo no he dicho lo contrario, pero cálmate un poco, estás sorprendido por lo que tienes, pareces un etíope con una pepita de azúcar. Tus fotografías son mucho mejor de lo que piensas, para que mostrarlas en esas páginas de vertederos fascistas.
-Me tienes envidia, solo me criticas.
-Juguemos en el bosque por mientras que el lobo no está.
-Estás loco, para mi todo esta bien.
-¿Ojalá que el lobo quiera?
-¿Qué me quieres decir Elver Cruzila, acaso tienes miedo?
-Nada, nunca digo nada. Tranquilo. Continua siempre con las fotos, que te puedo decir.
Salí cabizbajo, Thomas hacia las del pensador, parecía que pensaba, por el pasillo del edificio viene un hombre, mitad humano, mitad vagabundo, se nos acerca con su olor oficial, grandilocuente fetidez, parece estiércol y mezclas de amoníaco. Thomas lo fotografía y el mendigo sonríe y nosotros también, bajamos la escalera forraza con goma negra y el andrajoso nos sigue, Thomas le tira una moneda y cae al suelo, el mendigo sigue caminando y la moneda queda votada, comienza un temblor grado tres tirando para cuatro, el mendigo se detiene y nosotros a la misma vez, todos reímos y disfrutamos el pánico helado del miedo. Le digo a Thomas que invitemos al sujeto a beber cerveza, -Claro dile- gruñe él, dudando de lo puedo sentir por un mendigo con muchos tragos dentro, me creo Kerouac y avanzo por la capital al ritmo de Sonic Youth, muchos piojos resucitan, nosotros, él, sonic yogurt, resucitan buenas intenciones en cuerpos malintencionados.
Por el espejo del Bar puedo verle las piernas a la peruana que atiende y su piel morena me recuerda que tengo dos cocos y una tula inquieta, no tanto como me gustaría, pero la peruana con sus rasgos quechuas dibujados para “la sopa”, tenía mucho de todos lados, el harapiento me tenía hasta la cresta de enojado, que me importaba ese hombre, ¿Quién era?, su olor a mierda fresca era irresponsablemente su culpa, al comienzo lo disculpamos porque tenía una polera de Jimi Hendrix en blanco y negro dibujada por el mismo, pero su olor nos fastidia. Pedimos otra ronda y a pesar de todo lo que creo de él le pregunto su nombre, para hacerlo sentir a gusto. La mesonera tiene unos pechos altos, la miro con cara de caliente y ella responde con ojos de mosca muerta, disfruto la situación igual que escolares despidiéndose del profesor odiado. Por muy querido que sea un profesor si te caga, es odiado.
La mesonera se acerca al hombre que nos acompaña y le dice que tiene que marcharse,
-¿Cómo se le ocurre, si está con nosotros?, y además es enfermo.
-Enfermo de chancho será el hediondo culiado.
-¡Señores la cuenta!- grita la tetoncita y los garzones y el administrador ni la pescan y el harapiento bizarramente corre y nosotros los seguimos, mal que mal, la cerveza estaba tibia, les hacemos perro muerto cagados de la risa, porque ni siquiera alguien nos sigue. De igual forma nos escondemos en un callejón lleno de gatos y bolsas negras de basura, el mendigo hurguetea las bolsas con una cara sin expresión, coge una zanahoria y la muerde en la mitad, mastica y traga de una vez y vuelve a morder ahora toda la zanahoria, se vuelve a agachar y toma el envase muerto de exprimido de una mermelada de mora y lo aprieta fuertemente, de abajo hacia arriba, consigue poca mermelada, pero lo suficiente para recordar esas onces lejanas de la niñez, el vagabundo se conforma y engulle con tranquilidad los pequeños bocados y no lo desesperan los banquetes de élite bohemia, llámese un papel con manqueque pegado o una bebida desechable en la que hay, nada más, que un breve gargajo acuoso, un voraz submarino final de espesura fantasía.
Nos despedimos del mendigo, caminamos hacia la calle nueve, y los dueños del bar vienen corriendo por la calle seis, los vemos con sus caras de velocidad y las rabias del perro muerto, -nunca nos alcanzarán- dice Thomas y se sube a un bus de una dirección cualquiera, pagar estas micros nos saldrá mucho más barato que la juerga corrompida por nuestros hedonismos mundanos. Nos vamos a Eureka Bar a terminar con terremotos, tanto correr nos vino la sed alcohólica y “El Hoyo” está IN.
Antes de pedir los sismos nos preguntamos mutuamente si tenemos dinero, Thomas Miller dice que si y llamamos al mozo con hidalguía, -Lavaremos platos simplemente- dice Thomas antes de saludar al garzón que viste un frac pasado a grasa. Nos trae malos recuerdos, pero al fin y al cabo queremos beber y eso es lo que hacemos.
-Estás loco Cruzila, si nos pillaran yo pagaría todo y punto. -Y punto final nomás- exclamé desde mi asiento. En el techo cuelgan bolsas con agua para espantar las moscas y la máquina de música tiene a The Strokes y Coldplay, llegan los vasos con el helado de piña flotando como un iceberg etílico y se me eriza la espalda.
-Salud, pos piojo –le digo.
-¿Qué onda liendre literata?- me reclama con sarcasmo.

Habíamos resucitado a fuerzas moribundas internas, por fin podíamos ver al mundo brillar, al mundo maravilloso que sabíamos encontrar de memoria en el alcohol, en un falso final, tal como la muerte. Nadie iba a morir, ahora vamos hacia delante no más, el golpe avisa. Nos daba lo mismo todo lo ocurrido, de todos modos sabíamos que no existía tal mundo.