ENTROPIAS CITADINAS

Este bosquejo citadino bien podría llamarse “La rebelión de las masas”, pero ya se le ocurrió este título antes a Ortega y su amigo Gasset, así es que lo llamaré “La Locura del Centro” o “Entropía Citadina”, claro, no podía ser de otra forma, justo a media cuadra entre Agustinas y la que sigue yendo hacia Alameda, por Bandera, estaban los trabajadores de Banefe, con cacerolas y chupetes, protestando porque su sueldo es de cincuenta mil pesos, yo no lo creía primero, al rato de conversar con un dirigente sindical quedé asombrado, no tienen casino, no existen fueros maternales en este Banco, el patrón se pasa la plata de la locomoción por el culo, están peor de lo que cualquiera podría imaginar, sus modernas oficinas quedaban desocupadas y la distinción en el servicio se veía, por milésima vez, caer, todo por culpa de los verdugos de etiqueta y rolex, supernumerarios opus dei, millonarios sin pudor, sin escrúpulos, en realidad, el mal reina sus mentes, se adueña de sus almas y rompe de paso las voluntades de otras familias, ni con ser amos de un Banco se les pasará la pesadilla de estar cautivos de sus obscenos capitales, ardiendo por dentro, en sus arcas endiabladas.



Las señoras que en mejores días fueron secretarias Premium de la financiera, por ahora piden monedas a los transeúntes con tarritos en forma de alcancía, por vez primera mendigan en la calle, ya lo habían hecho por meses dentro de la empresa en pro de un contrato colectivo inexistente, como locas barristas pican papel y gritan consignan en contra de España, de los Larraín, y de todos los que se crucen, están en una huelga de hambre hace años, se cansaron y truenan hace un mes en la calle.
Como sabemos sin comisiones les llega hasta las huifas, pero no retroceden ni un centímetro, ya están hasta la coronilla con mierda y no pueden echar pie atrás, seria como hacerse un candado chino pero con un negro ganoso por la espalda, cada día que pasa son muchas lucas menos de salario a fin de mes, y lo saben bien, esos cerdos del Banco ni se inmutan, les importa un reverendo pico lo que suceda con las familias de estos chilenos que piden como cualquier trabajador, un sueldo digno y la valorización de sus operaciones.



Caminé otro rato por la ciudad, se suponía que estaba trabajando y mis jefes me entregaron la ruta del centro como un desagravio pues es un sitio contaminado, peligroso y lleno de personas aceleradas, la cuestión es que para mi fue un premio, ellos no saben el favor que me hacen con dejarme trabajar así, caminado de esquina a esquina, vendiendo y ordenando productos importados que solo mi memoria insaciable me hace encontrar con calma, incluso avanzo fumando entre cuadra y cuadra. En Esmeralda con Mac Iver me encuentro con dos hombres fanfarroneando acerca de las cachas que supuestamente uno le había echado a una mujer que llamaban “la Pelá”, mientras uno se afeitaba en la pileta el otro seguía con su Corín Tellado venenoso y lleno de fantasías carnales, al verlos les propongo posar para la fotografía y, extrañamente, el sujeto fanfarrón me manda a la chucha, yo de igual forma les disparo el flash y el sujeto recién afeitado le grita a su amigo “le dai color longi culiao, es una foto nomá”. El hombre continúa rasurando su cara en el inmenso lavatorio, no se inmuta para nada, hace un poco de frío, pero que le podría pasar a este hombre con piel de chancho, nada, y nada pasa. La abuela de bastón pasa frunciendo el ceño, no comprendo si por los hombres o por mi fotografía, al perecer es su trabajo, fruncir el ceño a todos y en horario continuando es su pega, todo el día camina sujetada a su bastón y a cada pobre que ve, le frunce el rostro y por supuesto, deja de respirar cuando se acerca a los rotos para evitar afanarse por su respingada nariz olor a ala ajena.



Era tarde y había “tra-vagado” suficiente. El nombre del primer árbol es cucarris homus reposa-encapuchadus-tipus, así son las bellas artes del bellas artes, dentro, los que no saben están locos con Niemeyer y sus ciudades dentro de una empresa-casa-ciudad, trazos realmente impecables, un poquito de Matta en la sala de arriba y pinturas de niños de cuatro hasta trece años, niños de colegios pobres de Rengo y del Saint George, yo no entiendo porque no le llamaron de una, Colegio San Jorge. Allá ellos, tendrán sus argumentos, tienen argumento para todo, lo bueno lo malo y la fragilidad de confundir las cosas, el otro viejito limpia y el rotito bebe, la cuestión no es el arte, es la pega, cuando deban acarrear el pasto cortado igual el viejo despertará al “bello durmiente”, “Ya pos culiao” ¿o querís que te regale el almuerzo también culiao”. Como el weón no se levanta, no se mueve, ni se inmuta, todo queda ahí no más...son vivos, actúan como vivos.




Este pequeño castillo elevado hasta el cielo nos llena la vista de pacífico manjar con su prestancia casi turca, yugoeslava, miles de veces lo miré, pasaba cada día por ahí, y no lo ví. La verdad es que es casi invisible, inexistente, también bélico, casi centro de tortura, quién sabe, pero no hablaremos de eso. El edificio continuo tiene una tienda para especialistas en chiches de culto, jóvenes coleccionistas y desvergonzados freaks que gustan de juntar weás, fans que gustan de recopilar cosas antiguas, aficionados a algo. Hay muchos libros que van desde Feodor Dostoievski pasando por Moliere, Tólstoi y ciertamente la gracia es que los libros son colecciones de mas de cien años, o sino para qué tanto cahuín con las selecciones, quién sabe de quien eran, eso es lo valioso al parecer y sus hojas están marchadas y arrugadas incluso, con el olor a libro viejo que para la ocasión parece que adquiere un valor agregado que, por supuesto yo, preferiría descontar. Trenes de juguete de doscientas cincuenta lucas y hay sujetos que de seguro, entran al local y compran, o sino como?. Es antiguo el negocio y sus excentricidades mas aún, filmadoras viejas de alguna serie alemana extinguida, estampillas lamidas por el rector de la Católica del año 42’, revistas de monitos ajadas y descoloridas a quince mil pesos, solo para devotos del cómic y animaciones de lujo, aviones de caza de alguna puta guerra aún no olvidada, raros aviones que nunca volarán, monedas de Zurich, del Líbano, de algún país recóndito, películas en vhs de Pier Paolo Passolini, de Kurosawa, de Buñuel, auténticas reliquias para volverse un genuino loco de patio, infinitas recopilaciones de lo que te imagines, de billetes si claro, es un tesoro de familia, herencia de un abuelo muerto, quizás de un tío que viajó a Europa y con suerte las adquirió en una repartición familiar. Que se yo.



Caminando otro poquito por la ciudad, o mas bien dando vueltas y vueltas, te encontraras de rompe y raja con la que alguna vez fue casa del poeta Vicente Huidobro en Santiago, en calle Cienfuegos casi esquina Alameda. Los autos se estacionan al otro lado de la señalética, es evidente, por muy poético que sea el cité. Pero también es raro viniendo de un sitio como este pasaje en particular, los dueños de los autos esperan que nada ocurra pues los pacos están siempre enojados porque les disparan y los matan y además ganan poco y en la ciudad rara vez sirven para decirnos cual calle es cual, nada muy policial. Hoy por hoy le están sacando partes hasta a los ciclistas. ¡¡Mi cabo, disculpe!!- ¡¡No caballero lo siento, usted va pedaleando muy rápido!! Tímidamente ingresé al callejón. Llegué a la puerta de la casa y tenía ganas de llamar, pero que preguntaría, “¿Aquí vivió Vicente Huidobro?…(con impaciente mirada de duda), -¡¡Si señor, usted es el gueón número cinco mil que pregunta!! ¡¡Que venga la modelo. Se ganó un Áltazor!!. En la puerta había un aviso al estilo Huidobro, “Cuidado…Perro Bravo”. La fotografía era de un chiguagua blanco.