Monday, May 18, 2009

.BUSCADORES DE AMOR.



El sol ya estaba trabajando hace rato, había unas nubes locas que le daban a la mañana un aire costero y fresco. Era un comienzo de día limpio, lo recuerdo bien. Había varias personas sentadas en medio del Paseo Silverio que nos veían con curiosidad, señores que tiraban migas a las palomas y luego las correteaban, otros leían el diario o hacían como que lo leían poniendo cara de serios, unos niños jugaban al hoyito pata con una creativa pelota desechable echa con un envase de yogurt vacío. Caminamos despacio, entrelazados por la espalda, sobándonos, nos veíamos muy románticos, incluso algo enamorados como si nos comiéramos con cada pestañeo circunstancial. Hablamos de ciertas situaciones que solo se pueden explicar con imágenes en sombras, quizás con escenas de películas en blanco y negro, hablamos de células sexuales no fecundadas y de los tragos que beberíamos con nuestra ilimitada cantidad de dinero simulado. Después de unos minutos discutimos por una estupidez irrelevante, mis celos. Estuvimos parados en varios paraderos pero ninguno iba a nuestro destino. Al final, de aburridos, nos burlamos de los ancianos y de los inválidos, cojeábamos detrás de ellos con la baba colgando y con una mueca insípida en la boca, lo hicimos un largo rato, lo suficiente para saber que podíamos perder la cabeza con cualquier idiota gubernamental o interdicto callejero y sin motivo alguno, solo para evitar hacer pataleta. Llegamos caminando hasta el Bar Piruña, el sitio era fétido y tenía las murallas escritas con vino y desde el techo destilaban los mensajes y nombres de otros borrachos que habían pasado antes por el lugar, declaraban su amor a alguna compañera de trabajo, de la calle, o simplemente tallando sobre la mesa de madera con un trozo de vidrio roto el nombre de alguna parroquiana recién conocida en el boliche o incrustada en la mente hace años. Pedimos un trago para cada uno y el viejo que atendía nos puso primero una cara amable, incluso nos extraño mucho su mirada cordial, pero al vernos bien y limpios y analizar que ningún músculo de nuestra cara se movía, se volvió tosco y los ojos se le transformaron en cuchillas asesinas que brillaban por nuestra sangre. No le dimos mayor importancia y bebimos riendo, fuimos felices todo el tiempo que estuvimos borrachos. Primero le pusimos pisco con bebida blanca y hielos y luego vodka naranja al seco, nuestros paladares volvían a reconfortarse, habían estado meses fuera de servicio y pensándolo un poco, tal vez fue muy cruel para nuestros hígados, pero nos embrutecimos de verdad, disfrutamos una felicidad particular porque le dimos rienda suelta al poder de nuestras cabezas creadoras, temblamos ebrios, era como sostener el mundo con las manos quebrabas. Después de un par de copas bailé a raja pelada simulando un martes femenino de escasos recursos pero los veteranos eran mucho mas rebeldes que nosotros y nos escupieron, creo que no toleraron una rebeldía adolescente pasaba a cocos. La Mujer Pálida tenía unos preciosos ojos verdes y además pintados de negro alrededor como un mapache demente, sus labios barnizados lucían un poderoso rojo prohibido, ella a pesar de saber artes marciales y ciertos de golpes letales, y también calzar unos negros bototos muy bien lustrados, ni se inmutó con los roticuacos arrugados y nauseabundos, mi chica siempre estaba a la ofensiva, pero esta vez, y por vez primera, mantuvo la calma unos segundos, y ya me parecía raro, pues luego sin mediar tregua, me tomó del brazo enterrándome sus vigorosas y largas uñas y con espuma en las comisuras de la boca y voz explosiva exclamó abriendo sus verdes ojos y viendo al vacío que se encontraba solo a unos pasos de nuestra mesa:
-¡¡Elver!! ¡¡Nos vamos para mi pieza…tengo que mostrarte algo!!
-¿Qué pasa? ¿Cuál es el apuro?
-Tengo un trago especial para los dos.
La Mujer Pálida vivía en una casa antigua con varias piezas que compartían entre jóvenes universitarios de provincia, viejos carreteros sin rumbo y peruanos ilegales. La casona estaba preñada en medio del Barrio Brasilia y casi se caía de vieja, estaba afirmada solamente por gracia del espíritu santo y los padrenuestros que la dueña rezaba cada noche. Al entrar a la casona y luego a su pieza del barrio tuvimos que taparnos la nariz para no respirar el olor a colillas húmedas y a patas negras de cartero, también negro. Era extraño pero parecía que el aire estaba cargado por vírgenes que lloraban, había un olor a tristeza que podría descifrarse como lágrimas descompuestas, y esto me hizo recordar el funeral de mi padre, pensaba que ese día había sido tal vez el más triste de mi vida y a la vez se me vivo a la cabeza el recuerdo de nuestro primer beso como si quisiera equilibrar de este modo la alegría y la pena. Parece que fue ese mismo día del funeral cuando dijiste que conocías un lugar donde podríamos sentarnos al lado del amor y ver al sol caer detrás de los cerros, era la hora dorada y solo habían dos vacantes, el sitio era un tronco roído por las termitas, un feo árbol muerto sin ramas y sin pájaros, esa tarde de tanto besarnos yo quedé con los labios doloridos y la Mujer Pálida con el cuello chueco. Ella sacó de su bolso un vino que había robado a un mendigo que dormía cerca de la Vega Central y después como si nada sacó dos copas intactas y bebimos viendo morir al sol, era fantástico el sepia de los cerros a la altura del Noviciado. Nos inyectamos anestesia para gatos diluida en agua destilada, una jeringa para cada uno, era nuestro lsd criollo y fue después de eso callamos y nos besamos entre delirios gatuelos y repulsiones sociales que comenzaban a vagar por nuetras cabezas, comenzamos a asesinar mil cosas que asegurábamos nos intentaban fastidiar, por mi cuenta liquidé a varios perros callejeros y a otras cosas que avanzaban enloquecidas, anduvimos horas por la ciudad y estábamos literalmente engatusados con el vino y la dosis extra. Comenzamos una sangrienta matanza de animales y estuvimos apunto de extinguir a los perros desgraciados de Eureka Plaza y los niños parecían pequeños actores llorando para una película de terror, nosotros creímos que era por el olor a descomposición de los muertos así que lanzamos desodorante ambiental al aire y aleteamos para abarcar lo máximo posible con el insípido perfume mortuorio. Buscamos a jueces y fiscales para liquidar, buscamos a peluqueros travestis y heladeros flaites, buscamos a narcos obesos, a profesores viejas y curas psicópatas. Eran tantos los que deseamos que murieran que nos venció el cansancio en medio de la búsqueda. A la mañana siguiente al despertar eran cientos los perros muertos por las calles que un conocido político del barrio ordenó a varios de sus empleados a cavar una gran fosa común y lanzar dentro a los quiltros sin vida y a los moribundos también. La policía llegó hasta la pieza de la Mujer Pálida y nos detuvieron sin violencia como si se tratara de interdictos por demencia, nos leyeron unos párrafos ridículos y los cargos decían que nos llevarían por atentar en contra de la naturaleza y la vida animal. Nos despedimos con un frío beso y en vehículos separados nos llevaron al cuartel de detención. Estaba con la cabeza partida y declaré escasas palabras, pensaba que me meterían preso pero eso no me importaba, porque en cierto modo, siempre lo había estado. Me preocupaba mi mujer y la comida y el olor permanente de la muerte que me hacía vomitar a diario, después de unos días ya podría controlar mis nauseas pero por el momento no soportaba un segundo más ahí. A la Mujer Pálida se la llevaron lejos, eran pasadas las doce de la noche, ya no había ruidos y lo único que sonaba era el baile del viento que silbaba furioso, la luna iluminaba poco y empecé en soledad con mis delirios extremos a recordar a mi mujer. Me paré en una pequeña ventana de la celda e ideé un plan desquiciado, recé al revés y con palabras que había aprendido en antiguas misas negras invoqué al demonio y le ofrecí mi corazón, en menos de diez segundos estaba a mi lado y tomó mis manos con increíble sutileza y me preguntó por ella. Me sentía bien de verlo pero su aliento estaba oxidado y putrefacto. Estaba ciego y confundido cual tamarugal en medio del desierto, no sentía nada, no sabía quién era y no sabía de nadie. Le pedí que me trajera los ojos verdes de ella y al instante sentí los bolsillos y las piernas mojadas, tenía un gran manchón y metí mi mano enseguida y saqué una gasa roja que envolvía las corneas, la abrí con cuidado y pude ver como aquellos pulcros ojos me observaban. Le pedí los ojos porque pensaba que ella solo quería cerrarlos, además porque sabía que no la vería más. Me recosté en la cama desarmada y fétida de la celda, tomé la gasa y la puse sobre mi pecho, ella no estaba integra conmigo pero sus ojos respiraban y me estaban quemando. Tenía vagos recuerdos de la libertad que antes gozaba, y sabía, lo enjaulado que estaría por años, pero para ser sincero me daba lo mismo, quería morir si ella no estaba. Después supe que los gendarmes la vieron ciega y se asustaron, pensaron que ella se había quitado los ojos y por miedo a un sumario mayor la dejaron que se largara, la dejaron partir a la calle, ciega y de madrugada. El pacto no tenía letras chicas pero antes del amanecer llegó a mi lado, estaba hermosa, con una camisa celeste muy sencilla y jeans, me besó la mejilla y se sentó a mis pies, comenzó a recitar un crudo poema sobre nosotros: “Han sacudido nuestro árbol, al caer heredamos la muerte, créeme amor, estoy ciega y te puedo ver, te he despertado para bailar sobre tus barbas esclavas y desnudarme en tu huesuda barriga”.
Cuando terminó me sentía halagado, seducido, triste y absurdo, prisionero y en medio de una danza equívoca, igual que en la tarde del valle viendo la puesta de sol cuando dijo "brindemos" y sacó las mismas copas azules y una botella de vino sin marca. Brindamos alzando la mano a media altura y después de un largo sorbo le devolví sus verdes ojos y ella sonrío como si hubiese encontrado una sortija de oro en la arena de una playa olvidada. Después de ese acto mis ojos cayeron sobre la gasa ensangrentada, al parecer mi osadía debía ser cancelada con los míos y estaba seguro que así el demonio no perdería jamás un crédito. La Mujer Pálida comenzó a llorar sin hacer ruido y sus lágrimas fueron a parar a mi boca, trataba de calmarla pero no la veía. Ahora el habitante de la oscuridad eterna era yo. Comencé a sentir pánico y mis gritos despertaron a los demás detenidos, que eran viejos borrachos y rameras psicodélicas, ante mis aullidos llegaron los encargados de la prisión y me golpearon con cadenas y toallas húmedas, una vez que ya no decía palabra alguna se fueron, ellos entre risas y esnifes solamente repetían una palabra… ”muere, muere”. Todos sabían que los gendarmes consumían drogas y que movían armas y revistas pornos. La Mujer Pálida no dejaba de llorar y entre sus suplicas invocó nuevamente al demonio. Cuando este apareció fue solo un suave viento tibio para mí, me paralicé por completo y quise dar muestras de mi hombría desafiándolo a pelear. Él se largó a reír y dejó caer un vómito hirviente sobre mí. La Mujer Pálida le decía que nosotros no le temíamos y lo invitó a quedarse con nosotros, él después de pasearse un poco de lado a lado por la celda lo aceptó y le dijo de forma arbitraria que leyera un poema, tomándolo con sus manos arrugadas y con uñas grotescas y sucias. La Mujer Pálida tomó unos cuantos que me había escrito para una fecha especial y los leyó fuertemente, el demonio se retorció un tanto con tan apasionada lectura y se tomó la cabeza con ambas manos, se arrugó la cara y se esfumó. De la gasa saltaron los ojos a mi cara y creíamos que el demonio nos estaba dando una mano. Le tomé la cara a la Mujer Pálida y le dije que huyéramos de ahí. Comencé a gritar para que vinieran los guardias y golpearlos y huir, pero cuando llegaron se veían muy enojados y feroces, uno de ellos comenzó a garabatearnos y con extrema demencia nos grito:
-“¡¡Me colmaron la paciencia infelices!!”, y después de darme un correazo en la espalda me ahorcó con el grueso cinturón mientras el otro asfixiaba a la Mujer Pálida con sus manos. Quedamos ahí botados varios días, nos pateaban y escupían en turnos y es así como podemos decir que comienza la historia, es así como vamos caminando por las calles de la ciudad. Animadamente muertos.

4 comments:

MAR said...

La creatividad…bendita sea….aunque hables de muertes ….estas creando y eso es la magia…la real magia de dar vida a la vida.
ERES GENIAL!
Saludos para ti.
mar

Elver Cruzila said...

"mar-dita mar-vada"...esta semana murió Benedetti y lo peor de todo es que la muerte nunca pasará de moda...
salud-por los muertos.
Jack Delacalle.

MAR said...

Murió Benedetti, murió Neruda, murió Mistral y murieron muchos poetas que no alcanzaron a ser conocidos.
Todos moriremos Jack lo importante es no morir en vida.
Un abrazo.
mar

Elver Cruzila said...

Eso creo...