Monday, July 12, 2010

XI



CON LA CAÑUFLA EL CHATO PARECE que se sentía mejor, le salían alitas y cargaba las camionetas de los patrones de una patada. Lo mandaban a descargar apios y repollos y zapallos gigantes y transpirando cerveza y pipeño por cada poro útil veía pasar la mañana, a veces, se le nublaba la vista y el sudor que entraba a sus ojos lo dejaba ciego unos minutos.

–Son gueás de la pega, y la pega es pega –se decía a si mismo, silenciosamente.

El Chato tenía la idea recóndita de algún día comprar un anillo de cualquier material, uno bonito, y pedirle matrimonio a su Perrita. Mientras cargaba se reía solo, medio en verdad medio de mentira se decía el chiste que solo él sabía, hablaba solo, “mi amor, ¿te quieres casar?”, y se reía nervioso, sabía que su Chanchi-Perri le diría Sí en breve. A las doce le ponían una merienda contundente que consistía en una agüita helada con harina tostada y unas marraquetas crujientes con palta. Los otros viejos iban por la misma harina tostada pero con vino tinto y pan con chancho. El Chato pensaba en su guatoncita y saludaba a todos los niños que de la mano de sus mamis compraban la mercadería para la semana. Era pleno verano y las guachis andaban con menos ropita, en el Vega era el festival de las minifaldas y los escotes que poco dejaban para la imaginación. Para los cargadores, lanzas, adictos, abuelos, chichas y para quien quisiera sumarse, todo ese sol y las musas serpenteando los rincones era una bendición. Había miles de palabras para regalonearlas, pero el Chato solo las miraba de reojo. Tenía a su amor en la cabeza todo el día y sabía que ella también pensaba en él. Ya le había picado el bichito del espíritu santo y una vez que naciera el baby habría que bautizarlo y casarse al toque. Así que el Chato se propuso preparar, en secreto, el momento de pedir a Dios la mano de su amada. Tardaría varios meses en reunir las monedas para un anillo, pero quedaba tiempo porque la Perri estaba recién chaqueta, llevaba poco embarazada, tenía como cuatro meses y tiempo había de sobra. También pensó en comprar alguna joya robada, que en al Barrio sobraban, pero tendría esa esencia cruel incrustada así que pensando mejor las cosas, compraría algo que los uniera más aún. Algo nuevo, solo para ella. Su amor lo merecía. En su cabeza el martilleo de estos puros pensamientos lo satisfacía, entre la muchedumbre apesadumbrada el Chato relucía contento, libre de preocupaciones. La misma señora cuica que le pasó el coche de guagua lo vio ordenando apios y choclos sobre la tarima de un camión, ella vestía un jeans ajustado, una camisa blanca y grandes lentes negros que cubría sus ojos y cejas, tenía la sonrisa perfecta y una piel que brillaba, se acercó al Chato que sudaba y ganando su atención con los destellos de su piel le preguntó:

–¿Cómo le ha ido buen hombre?, ¿Qué cuenta?, ¿Cómo está su señora?, ¿Cuénteme como se ha sentido?
–Aquí estamos mi señora linda –respondió el Chato. Poniéndole color pa’ llenar la olla –agregó. Oiga, casi matamos a mi guachita de emoción, casi se cayó desmayada cuando le pasé el coche pa’ la guagüita. Chuta que se puso contenta.
–Usted también está feliz, se nota por su cara, tiene otro aspecto. Se le ve muy bien. Además que su trabajo es como estar muchas horas en una sesión de gimnasio, haciendo fuerza y sacando músculos.
–Así es la cosa poh mi bella señora. Hay harta peguita que hacer aquí. Todos los días se cuecen habas.

El Chato se secó la transpiración de la frente y esbozando una tímida sonrisa, sin mostrar mucho, agachó la cabeza y agregó:

–Es usted muy buena con nosotros. Dios me la bendiga mi linda señora. Usted se ha portado de mil maravillas con nosotros y eso me emociona mucho.
–No se me ponga así. Salúdeme con su mujer y sabe que, para la próxima vez que venga a comprar a la Vega le traeré un engañito para que le lleve. Alguna cosita linda para emocionarla otra vez. Que esté muy bien. Hasta pronto.
–Gracias señora. Cuídese mucho. No me la vaya a matar de la impresión. Uno nunca sabe con las guatonas.
–No le diga así, no sea malulo.
–Es de cariño nomás, usted no se imagina como yo amo a esa mujer.
– Que lindo es usted. Si se nota que la ama demasiado y eso es bueno. Lo felicito.

El Chato sentía que le salían alitas, la señora era muy gentil con él, tenía un gran corazón, o al menos hasta donde sabíamos. Una vez terminada la pega, el Chato tomaba sus monedas, se sacudía de la ropa las ramitas de las zanahorias que tenía pegadas en la polera, metía los brazos a un tambor común que utilizaban los cargadores para refrescarse, se mojaba la cara, el cuello y caminaba a paso veloz hasta donde estaba aguardándolo su Perri, además del dinero, el Chato llevaba infinitos sentimientos de placer, y en la puerta de la pieza, con voz amachada y sensual preguntaba:

–¿Dónde están mis dos amores?, ¡¡Aquí llegó el Padre de esta familia!!.

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