Gordos tábanos, atisbos zumbados. (o los tábanos me caen gordo)

El Puente Pancho es nuestra casita, para resumir, clavamos las estacas y levantamos la carpa, el nuevo Puente es metálico, claro que no derrumbaron el antiguo de madera que quedó solo y casi roído por la soledad, y porque no, apenado de recordar su antiguo oficio de llevar de un lado a otro a los veraneantes, camioneros, buses interprovinciales repletos de gente, y de mochilas.
El nuevo puente es frío como la modernidad de su génesis, es frío de día, a pleno sol, imagino que en la noche es aún peor, unos mochileros duermen debajo entubados en sus sacos, planeo a futuro una fogata ahí, entre las rocas y los fierros recién nacidos, las vigas prolijamente añadidas dejan muy al descubierto su doble intención de muerte.
Durante el día todos tratan, en vano, de espantar a los nefastos tábanos, es una tarea imposible porque ellos se multiplican en cada aleteo, las rocas que descansan a la orilla del río saben, o al menos sospechan que en esta temporada acalorada hay megalómanas posibilidades de caer al fondo del río, junto al musgo, sin erosión, al lado de otros camotes kamikases y peces a destajo, las rocas que se asolean en la orilla lo saben, algún día serán primerizas en profundidades.
Después de un año de completa soledad, el sector de “La Veguilla” estaba nuevamente auspicioso, con muchas personas alrededor de sus fuegos, cantando, conversando tibiamente, bebiendo, tal vez mirando sus caras reflejadas en los vasos, el reflejo de sus caras en el fondo del líquido los emociona, el hombre libre sucumbe a cada paso, se da el “equivocado lujo” de cagar debajo del puente, del puente nuevo, el agrio y frío.
Una mujer rellenita de todos lados se contorsiona evitando a los tábanos, su operación es torpe, no consigue ahuyentar a ninguno, mueve la toalla como Raphael de España cantando “El Gavilán”, claro que ella despilfarra movimientos sin cesar, los tábanos persisten, ella da un grito de espanto y sigue moviendo la capa y afila la espada, saca un repelente ultra en spray y se lo pone en todo el cuerpo. Su piel flácida y ávida, quién sabe de bichos era un arma letal usada en contra, el repelente no actúo como ella esperaba, ahora los tábanos la atacaban con alevosía y premeditación. El río carga con los palos de los árboles que se quiebran, o que algún pelotudo tala, cortando también así parte estratégica de la oxigenación del aire. –Corre como el agua de la cordillera al mar –dice alguien en tinieblas.
Al fin, la gordita se quita la polera y el pantalón, cuando unos tábanos osaban examinarla ella toma fuerzas (imposibles de flaqueza), y se lanza al río causando ira en los bichos, y presumiblemente frío en su celulítica piel.
Organicé un fogón lujurioso bajo el Puente Pancho, claro que no estaba Monsanto ni Cody, irreverentes personajes de Jack Kerouac en “Big Sur”, tampoco estaba tan alto el fuego, y las conversaciones oscilaban entre realitys shows y las cacerías de conejos, no como en Big Sur y sus descorazonadas sátiras tiernas alrededor del fogón, noches devoradoras de lucidez, a cambio de Kerouac estaba yo y un vaso aprisionado entre los dedos, fumé un poco de verde, después varió rotundamente el panorama y fumamos grandes porros todo el tiempo, un perno tras otro, escribiendo, comiendo y mirando como Ian Vicente se mandaba una cagada tras otra, pichi, caca,
-si- no..no, -si-
Hojas secas caían desde el cielo, los pergaminos olvida-dos de Dios, el sol como siempre, enfurecido, iluminando todo. Lentamente el viento mueve las copas de los árboles, seguramente festejaban el nacimiento de un nuevo bosque, o quizás despedían, con honores bucólicos, la muerte de otro.
La obesa abandonó su nadado sin sincronización, y los tábanos al acecho, como era de esperar, la atacan. La muy regordeta no sabe que los malditos bicharracos no hacen nada. Dos zorzales vuelan juntos idolatrándose entre sí.
-Siento como si todo respirara o se moviera a mi alrededor –decía Denis Gaita una vez que ya estábamos sentados mirando el fuego y las estrellas y el lento movimiento de los satélites, yo servía vino tinto y me emocionaba la iluminación campestre de las cosas. Los tábanos dormían, me parecía hermoso el azul que exhalaba el fuego, Denis analizaba con calma el orden de las piedras a la orilla de las brazas.

Bigsur