PANKETAS. TODO ESE JALEO DE LA LIBERTAD.

Una tarde de enero, o febrero, no recuerdo bien, para el caso da igual. Nos reunimos como cada viernes con el loco Tomy Miller y al instante empezaba una sangrante y despiadada fiesta en nuestros elásticos y rezagados cerebros, nuestras carnes interiores ardían felices como tardes infantiles jugando fútbol al medio de la calle y puteando a la gente que se cruzaba con sus vehículos y nosotros éramos los fuera de lugar pero queríamos parecer los pendejos choros y locos de la población, no matones ni mucho menos, pero con todo ese entorno en Pudahuel quien podía ser un santo. Nos saludamos de beso y abrazo, Tomy fue por aquellos años como un hermano para mí, hablábamos emocionados de vernos el uno al otro, en seguida de algún bolsillo insurrecto saltaba dinero para una cerveza que después se trataría de las cervezas, pedíamos las cervezas importadas más caras, solo por el placer de comprar lo mas costoso y armábamos pitos de marihuana verde, y al rato, atontaguaya, la mezclábamos y nos fumábamos unos gigantescos “churrascos palta cannábicos”. De ahí en adelante todo era chifladura, ¿locura real o ficticia? Ahora quien podría detallarla, éramos unos dementes de punta a cabo y eso valía más que mil palabras y decenas de lecturas de libros de filosofía o estética. Íbamos por las calles y los bares hablando con mendigos, empresarios, nunca con policías, eran a los únicos que excluíamos por parecernos pernos cuadrados e imprecisos en todo, con los demás no había problemas, entrevistábamos como documentalistas entusiastas a todo el mundo. En unas de esas caía en nuestras redes alguna niña ebria igual que punkies de levis y la pichuleábamos a turnos. Después de caminar unas cuadras llegábamos al “ático-antro de Matucana”, subíamos tres pisos de sucias escaleras pateando perros quiltros que la dueña adoraba como mascotitas inofensivas y los perros eran unas bestias de mierda que te mordían las piernas de hambre, había que apalearlos, patearles el culo y el hocico y gritarles y defendernos con la escoba en la mano, huir a tropiezos y avanzar tapándonos la nariz por el espeso olor a mierda que tenía impregnada la dantesca casona. Era una pudrición que la dueña muy extrañamente toleraba, Tomy grita ¡Channnann! al entrar y corre al viejo Betamax que le regaló un amigo fotógrafo en los tiempos de Universidad, lo enciende y agrega, “esta gueá estaba viendo anoche”,era una porno holandesa, estaba follando una perra blanca colorina de senos gigantes, aureolas rosadas y un coño no muy producido lo que le daba un aire mas a-cogedor y casero a su zorrita, nos masturbábamos viendo en su reproductor antiguo pornos de cualquier nacionalidad, putas y putos escandinavos, “velgas”, “rusas”,“paraguayas”,”camboyanas”, rubias y negras, bebíamos en el sucio ático de Matucana mientras veíamos a las putillas viejas y las lolas pasar por la ventana y a la vez en la pantalla, acabábamos en el piso de madera sucia y vieja y con cientas de quemaduras de cigarrillos mal apagados, no sé como Tomy nunca se incendió, siempre quedaba borracho y con velas, inciensos y cigarrillos encendidos, yo borracho y viendo a las putas con tres vergas en sus caras, con mi mazorca insensata afuera, en la mano, una foto patética, cagados de risa y fumando pitos y aullando cada vez que el pornostar hacía gemir a la italiana, escocesa, por ahora solo recuerdo bien a la húngara “Annie”, maraca de nacimiento, desde la penumbra erótica de sus fondos salían rítmicos quejidos ad hok, yo estaba siempre con la panza llena, bien alimentado y mis testículos redondos llenos de leche querían solo un toque de aquella lengua filuda, mi blanco semen saltó lejos, dije “¡¡aaahhaah que rico perra desgraciada!!””, solo una vez. Voló tanto que casi le doy a la pantalla, ¿qué pensábamos realmente? ¿que se lo metíamos a la puta italiana-moscovita del video o que nos chupaba la verga mientras fuertemente subíamos y bajábamos las manos atadas a los falos?, corriéndonos, cada uno por su cuenta claro, Tomy al terminar se echó el moco en la mano y luego con un trozo de papel higiénico se limpio, dándole suaves toques a su cabeza roja que casi reventaba, yo me fui cortado primero y no hice tanto alarde, me limpie con una almohada sin que Tomy lo notara y me guarde la diuca, así mismo, recién eyaculada, a los minutos Tomy bebía cerveza como si nos la fueran a quitar o tal vez se preparaba para un concurso etílico que yo desconocía, la porno seguía déle que suene y digitalmente perfecta, acentuando recursos, nosotros agotados nos reímos y dormimos borrachos con la música a todo volumen botados en el suelo.
Al despertar seguimos bebiendo, desayuno de ron con hielos, yo con una rebanada de limón, Tomy entre encañado y demente por esencia recuerda que en algún lugar del ático hay unas entradas gratis para la piscina del Cerro, buscamos entre los libros, entre los cojines moqueados del piso, no tenía sillones, buscamos bajo la cama, o sea bajo un colchón, entre chaquetas, bolsos vacíos, Tomy sale con los ojos con lágrimas desde un pequeño cuarto que usaba para revelar fotografías y me enseña las entradas como una copa libertadores de papel, yo salté eufórico, “buena conchetumare”, vamos a la piscina culiao. El sol ya pateaba culos en la calle, todo era pleno, excepto nosotros y nuestra leche cortada. Juntamos un poco de dinero, yo tenía un billete de diez mil falso y decidimos comprar dos papeles de cocaína, total el billete era de mentira y donde alegaría ese traficante de mierda, con el dinero real compramos pan, queso blanco y cerca de treinta latas de cerveza. Fuimos donde el puto camello y nos fue “bien”, ya con nuevo chip eléctrico en las cabezas seguimos bebiendo y arropamos las toallas y al caribe del Cerro San Cristóbal. Tomy tenía una toalla de mano y manchada con sangre de una mina que tuvo sexo con el y su regla a la mitad, una pintura de Marco Evaristti era poco para eso y estaba los coágulos ahí coloreando la toalla, a mí me entregó una toalla sucia pero buena, ni cagando le aceptaría la otra, se dejó la con sangre para él. En el camino escuchamos Morphine en sus parlantes Sony de diez centímetros, compramos pilas y cigarrillos, hicimos dedo para subir, tuvimos suerte y logramos subir el cerro en una chevrolet saveiro blanca con tres bicicletas atrás, nosotros como pudimos, nos acomodamos entre las ruedas, pedales, asientos y bolsos de los pololos deportistas, estábamos tan apretados como en el metro de Tokio, sufrimos pero no caminamos cuesta arriba y con el puto sol ahí, eso ya era un alivio y un regalo que tal vez el mismo Dios Sol nos daba, llegamos al templo de acuaman, al entrar un piquero de una, Tomy solo aleteaba sin nadar, parecía una foca recién parida, buscamos un sitio en el pasto y que mejor que acostarse a unos centímetros de unas gringas risueñas. Después pensamos que mierda hacíamos con la toalla de Tomy, él muy suelto de raja la estiro y se rió con un grito demente que siempre hacía, las gringas también rieron, les gustaba Morphine, nosotros o simplemente acuñaban la teoría del verdadero tercer mundo, parecíamos sacados de una película de Ed Wood y Hitchcock juntos, Tomy les ofreció cerveza y nos acercamos a “conversar” con señas y una que otra palabra que nosotros intentábamos decir en inglés y con una que otra verborrea que ellas improvisaban, ”Satiago is very cool”, dijo una. Eran muy lindas y recatadas, sus pelos en las axilas les daban un toque cachondo que ellas ignoraban, nosotros todo lo contrario, tratamos de explicarles lo de la sangre en la toalla y cuando Tomy pudo decirles que era sangre menstrual de su ex novia pusieron cara de espanto y bebieron las cervezas con velocidad, era la verdad, pero se fueron al agua y nosotros detrás, se alejaban de nosotros pero a la vez querían jugar, eran unas princesas de Minnesotta que querían salvajismo etílico sudaca con estos loquillos negritos y calientes de Santiago de Chile. Después las perdimos de vista y terminamos jugando una pichanga con varios pendejos cuicos en el pasto. Bajamos el cerro a pie y con The Verve y su distinguido ritmo sobándonos el lomo, al llegar al plano los garzones como pirañas de smoking nos leían la carta, las chicas de los locales sonreían y mostraban las piernas, sabíamos que una vez sentados dentro del boliche no nos agarrarían ni para el gueveo, así que escogimos el barucho más oscuro, nos gustaba eso, entramos a uno que casi se caía de incompetente y pedimos dos cervezas de litro, cada uno con la suya, Charly García cantaba en una pantalla gigante, era el Festival de Viña, así que lo mas probable es que el mes fuera febrero. Nos miramos a los ojos unos segundos y nos dimos un beso y la mano, -tu eres mi hermano- le dije. -Tu el mío Cruzila- respondió Tomy. Bebimos viendo al desgastado Charly. Todavía le queda hilo en la carretilla al monstruo che, poco pero lo suficiente para refrescarnos. Todo tiene su fin y esa tarde tuvimos el brillo en los ojos por horas, con Tomy no nos volvimos a ver nunca más, cada vez que paso por el viejo ático de Matucana pienso en todas las cosas que ahí ocurrieron, daría para tres libros y dos películas, ahora funciona una Estación del Metro ahí, en cierto modo aunque estuviéramos a tres pisos de altura siempre estuvimos subway, entre vagonetas, rieles eléctricos y límites amarillos de peligro, respirando con dificultad el moribundo fulgor bajo tierra.